El origen de una parte esencial del sistema financiero español hunde sus raíces en un tipo de entidades que, por el origen de su capital y el ámbito limitado de sus negocios, puede denominarse como banca local. Así, por ejemplo, el Banco de Santander fue fundado en 1857 como iniciativa de un grupo comerciantes de la ciudad que estimaron muy conveniente para sus actividades mercantiles—fundamentalmente vender trigos y harinas castellanas en el mercado cubano e introducir en el peninsular productos coloniales como el azúcar, el café o los licores—disponer de una entidad que sirviera para financiar el capital circulante de sus empresas. Hasta 1923, cuando abrió su primera sucursal en El Astillero, el de Santander continuó siendo un banco local, comenzando entonces su etapa como banco regional para en las décadas siguientes alcanzar las de entidad nacional e internacional, hasta llegar a ser el banco global que hoy es.
Otras entidades con un origen local siguieron un camino distinto y más discreto, pero igualmente importante para el territorio donde se arraigaron. En muchas ocasiones, el origen de este tipo de bancos no era siquiera una sociedad anónima, sino un banquero particular establecido bajo la forma de la sociedad regular colectiva o comanditaria. No era tampoco infrecuente que la actividad financiera fuera sólo una parte—si bien la más especializada—de la ejercida por el titular del negocio, dedicándose igualmente a otras actividades mercantiles: son los llamados comerciantes banqueros. Durante la primera mitad del siglo XX, además de la esfera propia de sus negocios, estos banqueros y bancos locales actuaron muy a menudo como agentes y corresponsales de los grandes bancos nacionales, en tanto éstos completaban su red operativa de sucursales. Tras la Guerra Civil, y en gran medida como resultado de la restrictiva legislación que regulaba la apertura de nuevas sucursales, muchas de estas pequeñas entidades acabaron integrándose en la estructura de los bancos nacionales, bien como filiales participadas total o parcialmente, bien por la absorción y traspaso de sus negocios. Con todo, la contribución de este segmento del sistema financiero español al desarrollo de las economías locales y regionales merece ser tenido en consideración.
Un ejemplo notable del tipo de entidades a que nos estamos refiriendo sería la casa de banca de Matías Blanco Cobaleda, radicada en la salmantina Plaza de los Bandos. El origen del negocio estaría en la actividad de Florencio Rodríguez de la Vega, establecido como banquero en la ciudad en 1872. El 1 de enero de 1915, su yerno Matías Blanco Cobaleda le sucedió al frente del negocio de banca. En aquel momento, la economía española vivía un período de eufórico crecimiento como resultado de la neutralidad en la guerra que en esos momentos desangraba Europa. Matías Blanco decidió huir de los negocios altamente especulativos que por entonces florecían al calor de la contienda, prefiriendo una línea de negocio más tradicional pero segura. En 1947 lo recordaba así: “Bien reconozco que en estos dos lustros (1915-1925) pude haber dado un paso de gigante en los negocios aprovechando el período de la primera guerra europea y los años de prosperidad de la misma, pero preferí ir con paso lento y cada vez me alegra más el haber obrado de esta forma, porque así mi nombre se fue abriendo paso y adquiriendo cada vez mayor estimación y crédito (…)”
La década siguiente (1925-1935) sólo puede ser calificada, según el propio Matías Blanco lo hizo, como “calamitosa” para los negocios de su casa de banca. La paralización de la economía que como consecuencia de la crisis internacional que estalló en 1929 dio lugar al cierre de toda clase de industrias, obligó al banquero salmantino a hacerse cargo de no pocas fábricas y negocios, como la fábrica de harinas de Peñaranda, los negocios de Hijo de L. Moretón, la fábrica de harinas de Tejares, la fábrica de tejidos de Hermanos Gosálvez (Béjar) o la de curtidos de Vistahermosa. Todos estos negocios lastraron la cuenta de resultados de la casa de banca, y sólo después de un largo tiempo, ya concluida la contienda civil, pudo Matías Blanco cerrar esos capítulos, bien por venta, bien por transformación en otras industrias perfectamente rentables.
Es en ese momento en el que el banquero decidió transformar su casa de banca en una sociedad anónima con un capital de 5.000.000 de pesetas, de los cuales él se reservó tres y entregó los restantes a sus hijos y empleados. La escritura para la transformación social se firmó en julio de 1942 y con ella nacía el Banco Matías Blanco Cobaleda S.A. Desarrolló esta entidad una activa política de promoción de empresas actuantes en el ámbito de la economía local y regional salmantina. Algunas de las más importantes fueron:
- Instituto Victoria, S.A., especializado en el desarrollo de sueros y productos para la sanidad animal.
- Eduardo Ferrán Esteve, S.A., dedicada al tratamiento de pieles, lanas y curtidos. A ella aportó el banco las fábricas de Tejares y Vistahermosa, además, de otras propiedades rústicas adquiridas durante las crisis de la década precedente. Por ello, el banco resultaba propietario de una parte del capital de la empresa y sentaba dos vocales en el consejo de administración.
- Manufacturas S.A. (Béjar), dedicada al tratamiento de lanas y que daba sus primeros pasos precisamente al poco de constituirse el Banco Matías Blanco Cobaleda, fuertemente interesado en su capital.
- Editorial Castellana, S.A. Editora del periódico La Gaceta Regional, controlada totalmente por el banco.
- Mercado de Antón Martín (Madrid), el único negocio participado por el banco fuera de los límites de la provincia de Salamanca y en el que Matías Blanco se vio implicado por traspaso de los negocios de Hijo de L. Moretón.
- Unión Deportiva Salamanca, de la que el banco era tenedor de una emisión de obligaciones hipotecarias garantizada con los solares propiedad de la sociedad deportiva.
La actividad promotora de empresas del banco continuó, con las citadas y algunas más, hasta el fallecimiento de Matías Blanco Cobaleda en 1956. Sus herederos transformaron al año siguiente la razón social del negocio en Banco de Salamanca, pero pronto les iban a ser evidentes los límites impuestos por la estrechez de un mercado exclusivamente local y un exiguo capital, frente a la pujanza de los grandes bancos nacionales que comenzaban a abrirse paso en la provincia. Uno de ellos fue el Banco Popular Español, que en 1960 lograba colocar al frente de la entidad salmantina a uno de sus hombres: Nicolás Rubio García-Roby, procedente de la sucursal barcelonesa del banco. A partir de ese momento, el de Salamanca iba a ligar su andadura a la del banco madrileño: con él comenzó su expansión por la vecina provincia de Zamora y, ya como Banco de Castilla a partir de 1972, por el resto de Castilla y León. Como filial regional del Popular—y junto a otras entidades similares como el Banco de Vasconia, el de Galicia o el de Crédito Balear—el Banco de Castilla fue una de las entidades con mayor arraigo en las provincias castellanoleonesas, abriendo también sucursales en otras como Madrid, Toledo, Cantabria, Cáceres y Guadalajara.
En 2008, la trayectoria de la entidad salmantina concluyó definitivamente con la absorción por el Banco Popular de todas sus filiales regionales. Para entonces, la lista de sus contribuciones al desarrollo de la economía regional castellana era algo más que considerable. Desaparecía contando con cerca de 280 sucursales a través de las cuales su actividad en la intermediación financiera se había traducido en la creación y promoción de un gran número de empresas y en el sostenimiento y apoyo al tejido económico de la región.